La jubilación y su problemática actual

Desde hace décadas no dejamos de congratularnos por el aumento de la esperanza de vida, de la (esperemos continua) mejora de los medios sanitarios que nos ha permitido alcanzar una esperanza de vida nunca habida en la historia de la humanidad y del deseo de que esa vejez se pueda vivir con la mayor calidad de vida posible.

De igual modo, en las sociedades avanzadas, se ha tendido a una menor natalidad, factores como la terciarización de la economía en el llamado primer mundo han hecho que las familias tengan menos hijos. Por un lado por un tema de “comodidad” ante la difícil conciliación de la vida laboral y familiar y por otro lado por la no necesidad de “mano de obra” para lo que antiguamente era la base de una sociedad centrada en la producción primaria: la explotación familiar del campo.

Esos dos factores: el aumento de la esperanza de vida y la caída de la natalidad han llevado a que las pirámides poblacionales en el mundo desarrollado estén siendo cada vez más estrechas en la base y más anchas en sus zonas altas. Este tipo de pirámide poblacional tiene una implicación directa en la principal de las prestaciones sociales existente en el Estado del Bienestar: las pensiones de jubilación; vamos a encontrarnos de un modo casi inmediato con una situación donde será complicado que los que trabajen puedan pagar con sus cotizaciones a la seguridad social las pensiones de un cada vez mayor número de jubilados.

Ante este escenario se escuchan voces que abogan por atrasar la edad de jubilación  hasta unas edades mucho más avanzadas que los ligeros cambios propuestos y aprobados hasta ahora. Algunos han propuesto aplicar una especie de control al estado físico y mental de los trabajadores y no fijarse en la edad de los mismos y en determinados foros se ha llegado a plantear la idea de alargar la vida laboral hasta los 70 años, reduciendo sensiblemente el número de horas y días de trabajo de modo que se pueda intentar favorecer la conciliación familiar, el fomento del empleo y tener que pagar menos pensiones; la cuestión es que no dejan de ser simples comentarios y no medidas palpables con sus pros y sus contras.

Esta situación ha de hacer que nos fijemos en que cada vez hay más gente que atrasa su retiro para seguir trabajando y cobrar más tarde su pensión de jubilación. Esto se está efectuando por varias vías, por un lado hay gente que simplemente no se jubila y sigue trabajando postergando la edad de la jubilación; por otro se opta por la jubilación parcial, en este último caso hay que tener en cuenta como se produce:

Los años de cotización mínimos para poder acceder a la modalidad de jubilación parcial son 33, situándose la edad de acceso a la jubilación parcial en los 63 años, los que accedan a esta modalidad verán reducida su jornada entre un 25% y un 75%. Esto último, en caso de que se contrate un sustituto a jornada completa y con un contrato de trabajo indefinido, teniendo que ser el relevista parado o empleado de la propia empresa con un contrato limitado.  La base de cotización para el relevista no podrá ser inferior al 65% del promedio de las seis últimas bases del jubilado parcial.

Todo lo indicado anteriormente indica lo que es una tendencia cada vez más evidente, la dificultad de los Estados para poder hacer frente a las prestaciones de sus jubilados y el impacto que ello tiene sobre la edad en que en el mundo desarrollado se llega al retiro.  Esa dificultad es precisamente la que ha hecho que proliferen productos de ahorro privados destinados a complementar las prestaciones públicas por jubilación; «complementos» que, si se cumplen las peores previsiones, podrían llegar a ser las únicas prestaciones que percibirían los futuros jubilados. Confiemos en que las medidas que se implementen por parte de los Estados no mermen, sino que busquen mejorar las coberturas de las que disponemos en la actualidad.

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